Para mi, esta epidemia ha vuelto a poner de manifiesto la vulnerabilidad del hombre sin Dios. Un pequeño virus, una de las unidades funcionales más pequeñas que existen, ha paralizado el mundo y, si seguimos sin encontrar una solución rápidamente, amenaza con desencadenar la mayor recesión económica desde la Segunda Guerra Mundial.
Pensábamos que, a pesar de sus claras imperfecciones, el hombre había construido un mundo con las más altas cotas de desarrollo conocidas. Teníamos un modelo de crecimiento mejorable, pero sólido, integrador y con mecanismos más o menos conocidos y manejables. Por primera vez en la historia, contamos con las mayores instituciones globales que creíamos que podían garantizar el equilibrio financiero, el desarrollo económico equilibrado y la integración comercial honesta. Tenemos gobiernos con buenos burócratas muy cualificados, que disponen de información precisa y constante y todo tipo de instrumentos y equipos, que creíamos que podían tomas buenas decisiones y con gran coordinación internacional.
Pero a la vez nuestro mundo había alcanzado las más altas cotas de alejamiento de Dios. En Occidente, la religión ha sido reducida a la esfera personal. La Iglesia ha sido puesta a un lado, es algo privado. Los objetivos sociales de la actualidad son seculares: la música, el deporte, la cultura, el ocio, las diversiones, los viajes… y jamás en la historia del mundo una generación fue atacada de forma tan beligerante. A nivel mundial, se niega la dignidad de la vida, se legaliza el aborto, los divorcios, el satanismo, la eutanasia, el homicidio humano…
El virus nos ha demostrado que la solidez de nuestro mundo es ficticia.
De manera muy elegante, Dios nos está reconduciendo hacia una vida más auténtica y alegre. Nos ha recordado la felicidad de la vida sencilla, en casa, en familia, con menos cosas, con un ocio más sencillo, con generosidad hacia los demás y hacia la naturaleza, que está recuperándose increíblemente con solo 3 meses de menor contaminación. Quién nos iba a decir que era tan fácil.
Pero sobre todo, nos recuerda, como lo ha hecho tantas veces a lo largo de la historia, que es Él el creador y que nosotros somos sus Hijos. Ha llegado el momento de redescubrir la oración en familia, de redescubrir la importancia de la confesión, la eucaristía, la adoración y la vida sacramental.
Dios debe estar en el centro de nuestras vidas. Debe ser el pilar. Si no, como podemos ver, nuestro mundo es muy frágil.
B.P.R. (49)