Una topografía espiritual


                                     Emilio Ruiz, ‘Antología poética. Helada y sol’,  Ed. viveLibro, 140 pp.

 

Sabíamos que muy pocos escritores han sido capaces de trazar relatos sobre la tierra castellana y sus gentes campesinas con la propiedad y el rigor con que lo hiciera Emilio Ruiz. Teníamos noticias de su acendrada inclinación lírica por ‘Poesía y vida’, un atadijo de poemas leves, muy delicados, de corte minimalista, en el que al modo machadiano predominaban soliloquios volcados hacia el paisaje y la belleza, particularmente la femenina. Ahora hemos descubierto, gracias a la antología  póstuma ‘Helada y sol’, con epílogo de Antonio Colinas, que, a mayores de casi privado, fue un laborioso poeta secreto.

Esta labor reservada tiene notables paralelismos con sus prosas editadas, es más, puede hablarse de vasos comunicantes entre sus conocidos cuentos y estos versos hasta ahora ocultos y que muestran a un poeta hondo y ecléctico: su diáfana poética tiene, al menos, una vena romántica y otra simbolista, sin olvidar la veta metafísica, la mítica o la noventayochista. El trasfondo del libro, su melodía unificadora, es un cántico a la “adusta tierra de ancho cielo” y en verdad pocos literatos han tenido un conocimiento tan vasto del campo soriano, de su soledad y silencio incomparables, de su fauna –sobre todo de los pájaros- y flora –en especial de las plantas y de los árboles-. En consecuencia, el libro es una gozada en todos los órdenes para los amantes de la naturaleza y de la poesía arraigada “en el vivir, en el ser”.

 

                                                                                                                                                                                        Fermín Herrero