Nos lo muestra la película Los archivos del Pentágono. El trabajo coral que ha realizado Steven Spielberg junto a todo su equipo y los actores encabezados por Meryl Streep y Tom Hanks, y unos secundarios magníficos, será recordado. Este film refleja la capacidad terapéutica social que tiene la verdad, su búsqueda y publicación.
Recordaba e insistía Julián Marías en las palabras del Evangelio “la verdad os hará libres”. Decía el filósofo español que “el día que se declarase la guerra a la mentira, creería que estamos salvados”. En los Estados Unidos de finales de los años 60 y principios de los 70, eso es lo que hizo un grupo reducido de valientes funcionarios que se rebelaron contra los gobiernos del país desde Eisenhower a Nixon y que decidieron compartir toda la documentación que tenían con los editores y periodistas del New York Time, primero; y luego del Washington Post sobre la Guerra del Vietnam.
Los archivos del Pentágono muestra la realidad histórica tal y cómo pasó. Es un ejemplo de cómo una mujer, la editora del Washington Post, entonces un medio importante pero reducido a un ámbito local, apoyada por el Director del diario, por sus consejeros, redactores más cercanos y también los más jóvenes, y de su hija, decide dar un paso que incluso pueden llevarla a ella (Katherine Graham) y a Ben Bradlee -el Director- a la cárcel. La administración de Nixon amenaza con la entrada en la cárcel a Katherine (Meryl Streep) y a Bradlee (Tom Hanks) como antes ha hecho con el editor del New York Times y sus periodistas más relevantes. Tengamos presente que el NYT era el diario más importante de los Estados Unidos en la época, y el medio norteamericano más internacional.
Nixon, sin escrúpulos, orquesta desde su poder político una serie de medidas que provoquen una orden judicial que, primero, impida al New York Times seguir revelando la verdad con las pruebas que la sustentan. Segundo, actuar de la misma manera contra el Washington Post por decidir continuar con las publicaciones e investigaciones. Y tercero, en el caso del Washington Post a llevarlo a la ruina ya que se encontraba en pleno proceso de refinanciación. La Sra. Graham ha tenido que solicitar una ampliación de capital para asegurar el presente y el futuro del diario como empresa periodística.
K. Graham, interpretada por una extraordinaria Meryl Streep, vela por los principios que aprendió y cultivó junto a su padre -fundador del medio-, su marido quien lo había dirigido hasta su prematura muerte, y todo el personal que conforman el Washington Post. El lema de los Mosqueteros de Dumas, “uno para todos, y todos para uno” se renueva. Y no sólo entre los miembros de ese diario, sino también por el New York Times y otros medios de comunicación que acaban siguiéndoles y apoyándoles cuando ya es un todo o nada ante el gobierno de Nixon y sus estratagemas judiciales ante el Tribunal Supremo.
En Los archivos del Pentágono apreciamos el papel clave, protagonista, de las mujeres ante acontecimientos de suma importancia en la historia de millones de personas, de todo un país, y con una gran incidencia en el contexto internacional durante las décadas que duró el conflicto bélico. Vengo apuntando hasta aquí la relevancia de la Sra. K. Graham. Pero he de destacar también a la esposa de Bradlee, Antoinette Pinchot Bradlee, una buena artista escultora, que le hace ver a su marido la valentía ejemplar de K. Graham; ella es la guía. Antoinette cuando el equipo de reporteros del Washington Post se traslada a la casa familiar para seguir con las investigaciones y comenzar a redactar los nuevos reportajes, con su acción hace la casa no sólo acogedora para todos los profesionales sino también una prolongación del periódico. La nota simpática y chispeante la pone la hija del matrimonio Bradlee que prepara unas limonadas para todos, y que cobra para hacer valer su trabajo y su contribución a la causa. Esta anécdota cotidiana nos recuerda a ese juego al que cualquier niño ha jugado en su infancia: vender algo a los adultos; cobrando aquí su sentido y momento entrañable.
He destacar entre el elenco de mujeres relevantes a la redactora del Washington Post que no sólo contribuye a las investigaciones, sino también es la encargada de comunicar el fallo de los jueces del Tribunal Supremo. Y no quiero olvidarme de la hija de K. Graham, quien está en todo momento al lado de su madre, y renueva ese papel decisivo que ya desempeñó años atrás tras la muerte de su padre, cuando escribió una carta a Katherine destacando sus capacidades y lo que tenía que hacer a partir de entonces como máxima responsable de la familia.
Los archivos del Pentágono también es un ejemplo humano e histórico que muestra la importancia de un Sistema Judicial más fuerte que las presiones de intereses personalistas o partidistas corruptos. Y, por tanto, la trascendencia de la separación de poderes en una democracia viva. Esto en nuestro tiempo es una cuestión capital en todo el Mundo, desde Occidente a los países africanos y asiáticos. Es una circunstancia que está vivísima y que tenemos que hacer que se preserve y fortalezca por el bien de la mayoría.
Los archivos del Pentágono describe la capacidad de la sociedad civil norteamericana por rebelarse frente a la continúa manipulación de los equipos de gobiernos desde Eisenhower hasta Nixon respecto a la Guerra del Vietnam -como ya apunté al principio-. A esa sociedad civil norteamericana y a otras sociedades civiles occidentales, y de países de África y de Asia hemos de invocar en nuestro tiempo para que los derechos y las responsabilidades cívicas y humanas sean los valores y las actuaciones reales en el tiempo que estamos viviendo. ¿Será posible que construyamos esa realidad universal que parte de cada persona y de las relaciones interpersonales?, y luego se han de vertebrar entre las diferentes generaciones en la circunstancia social e institucional.
Para ir completando esta reflexión sobre Los archivos del Pentágono comentar dos hechos humanos: Uno, vivido en la propia sala de cine donde vi la película. De pronto, durante su proyección, alguien espontáneo aplaudió un par de veces al contemplar una de las muchas escenas magistrales. Le salió del alma a aquella persona reaccionar aplaudiendo porque lo que aquellos actores estaban plasmando en la pantalla le llegaba a lo más profundo de su espíritu, de su condición personal. Como sabes, lector, hace años que se perdió la costumbre de aplaudir en el cine al concluir una proyección. Esto fue algo diferente por el momento en que se encontraba el film, pero en el fondo era una reacción hermana de esa que acabo de recordarte. El cine nos emociona cuando contemplamos una obra bien hecha porque vemos pasar la vida delante de nuestros ojos.
Dos, la emoción que sentí a lo largo de su visionado como periodista. Días después, en la calle me encontré con mi colega periodista Eduardo del Campo Cortés, y entre los temas de nuestra conversación espontánea que mantuvimos durante unos minutos salió este film. Él aún no la había visto, pero me apuntaba que otros compañeros que sí ya la habían disfrutado, habían salido de las salas de cine reconfortados con la vocación y profesión que hace años elegimos. Un quehacer clave para la buena marcha de la convivencia social cuando se ejerce con rigor, seriedad y veracidad.
Manuel Carmona Rodríguez