Escritura como sanación

Al estar llamado a escribir me estoy descubriendo a mí mismo y el sentido que le quiero dar a mi vida.
… ¿Por qué me preguntaréis lectores?
Para aquellas personas que a lo largo de la Historia hemos descubierto en un momento de nuestra biografía que necesitamos escribir en nuestro día a día, la Literatura en cualquiera de sus géneros es una manera de estar en el mundo y de afrontar la vida. De relacionarnos contigo y con el resto de circunstancias: la pareja, la familia de origen y la familia que se llega a formar con la persona amada si así se elige, los amigos, las otras generaciones, las instituciones, el mundo laboral y la sociedad.
Los maestros Ortega, Julián Marías y Víctor Frankl a través de sus biografías, trayectorias y obras nos dieron pruebas evidentes de la razón vital de ser escritor. En especial los dos primeros tuvieron a Cervantes como inspiración: Meditaciones del Quijote de Ortega y Cervantes, clave española de Marías nos muestran con clarividencia y compromiso la necesidad de la persona que vive y mira a la vida desde el ser escritor. Cervantes se forjó su aventura de serlo. Ellos tres como Frankl con valentía, lealtad y fidelidad respondieron con sus trayectorias a las adversidades e injusticias de su tiempo: Hicieron de ellas buena parte de sus razones históricas. Recordemos que Frankl como método de supervivencia y de honrar a sus Padres, Esposa e Hijo -en gestación y no nacido-, que fueron asesinados, reescribió su libro El hombre en busca de sentido que le había sido destruido por sus raptores nazis a modo de vejación durante su cautiverio en diferentes campos de concentración desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial hasta el final de ésta. Esta obra y terapia años después fue reconocida como un método para afrontar las más duras y penosas vicisitudes vitales, y también ha sido catalogada como Patrimonio de la Humanidad.
Pero escribir no es sólo un quehacer libre vocacional. También es un recurso que los buenos terapeutas recomiendan a sus pacientes para afrontar su proceso de maduración y sanación, y para relacionarse con sus circunstancias. Y por qué no, como nos dice la artista y terapeuta Ana Laan en la entrevista: para ofrecerle a los demás nuestro lado sano, esperanzado e ilusionado. Coger un papel en blanco y en él redactar sin pudor, sin temor al qué dirán, aquello que rechazas, detestas, lo que te preocupa, tus temores y fantasmas. Pero también aquello que te hace vivir con alegría, que te da paz y equilibrio. Es un instrumento modesto y barato: requiere aprender del terapeu-ta y de uno mismo, un folio y bolígrafo, y tener la voluntad personal de hacerlo y practicarlo con constancia.
¿Y la escritura como fórmula de comunicarnos con el otro -las cartas-?
¡Es maravillosa! Julián Marías ya nos advertía con su espíritu noble y su ojo avizor en los años setenta de la pérdida de este milenario uso, y de las consecuencias que estaba teniendo para aquellas personas y sociedades que no lo practicaban o habían dejado de hacerlo. El deterioro o el abandono de esta costumbre han empobrecido las relaciones humanas: el amor de pareja, las relaciones familiares, el debate intergeneracional, o las tribunas de opinión pública sustentadas en las Cartas abiertas o a alguien concreto de los diarios.

Julián Marías en tertulia junto a sus amigas Julita Churtichaga y María Ruiz Sastre

Y ahora amigo lector para terminar te voy a revelar algo muy personal, voy a hacer una acotación autobiográfica: Allá por el invierno de 1994 la Madre de una compañera y amiga de la Facultad contrajo una enfermedad y falleció tras batallar contra la mis-ma con la alegría y sonrisa con la que la conocimos. Tras el entierro, llegué a la pe-queña casa residencia de estudiantes donde vivía y me quedé en soledad conmigo mismo. Me senté en el escritorio pensando cómo se podrían sentir en aquellos mo-mentos mi amiga María, su Padre y sus Hermanos. Y les escribí una carta a ellos en la que su Madre estaba presente y les animaba a que siempre lo estuviera cada vez que cada uno o la familia hicieran algo que les hiciera vivir con felicidad: allí encontrarían a la Esposa y Madre. Unos días después, María se reincorporó a la vida universitaria. Aquella mañana antes de comenzar la primera clase cuando yo estaba llegando al au-la, ella que se encontraba sentada sobre una mesa, dio un brinco y se abalanzó sobre mí al verme llegar. En aquel momento sentí que mi escritura servía para alguien. Aquella mañana me enseñó mucho más que muchas clases en la Facultad y me mostró porqué mi vocación y necesidad de ser periodista y escritor.

Manuel Carmona Rodríguez