Nada de volver a la rutina. Toca renovarse tras el verano. Septiembre se abre al otoño y al nuevo curso escolar. ¿Qué mejor momento para desempolvar los deseos más íntimos? Los viejos y los nuevos deseos, los deseos enterrados y los inconfesados. Haga una lista sin olvidos.
¿Qué les pedimos desde La terapia del Arte? Que se arriesguen a salir de su zona de confort y experimenten este otoño con sus propios sueños. Al estilo de nuestros atletas paralimpicos.
¿Por qué no? ¿Acaso la pereza es un argumento válido a estas alturas de la vida; o es argumento el miedo a fracasar en este nuevo intento; o ante la estrechez del tiempo disponible no es necesario priorizarme?
Pero hay muchas más razones para el porque sí: no sólo por vencer la pereza, que ya es una gran razón, sino por favorecer el propio crecimiento interior. Y de la misma manera que físicamente sólo se crece durante el descanso, el crecimiento interior sólo sucede en situación de esfuerzo. Otra razón, el tiempo. No se deben postergar los sueños indefinidamente, porque el tiempo de cada cual es limitado, es nuestro único recurso cuantificado. Otra razón, por cumplimiento. Los deseos no son caprichos, son llamadas, son gritos, son signos y síntomas de nuestra propia vocación. Vocación viene del latín “vocare” llamada, lo que nos tira, aquello que reclama nuestra atención. Pues eso, concédale atención. Cumpla la llamada, atrévase. Aunque sólo sea por quitarlo de la lista del próximo año.