El Murillo que salvó la vida a una japonesa

El Murillo que salvó la vida a una japonesa

Una japonesa entra, como tantos turistas, en el Museo del Prado. Pero no se dirige, como tantos visitantes, a las salas donde están los cuadros más famosos, sino que busca solo un cuadro en concreto, uno que le salvó la vida años atrás. Parece una película, pero es una historia real.

Pregunta a los vigilantes de salas por «La Inmaculada del Escorial», de Murillo. Éstos le comentan que no se halla expuesta: está en el taller de marcos del edificio de Moneo, pasando una puesta a punto. La obra fue prestada al Museo de Bellas Artes de Sevilla, formando parte de la exposición central del IV centenario del nacimiento del pintor,

Para sorpresa de los vigilantes, la mujer llora desconsoladamente. No saben qué ocurre. Para poder comunicarse con ella, deciden llamar a Minako Wada, restauradora de papel de la pinacoteca, que es japonesa. Acude a la sala donde está su compatriota, que le explica su conmovedora historia. En 2006 viajó a Japón una muestra con 81 obras maestras del Museo del Prado, comisariada por Juan J. Luna, que fue un rotundo éxito de público: había obras del Greco, Velázquez, Ribera, Zurbarán, Murillo, Goya, Tiziano, Rubens, Van Dyck… Su primera parada fue Tokio, donde recibió más de 500.000 visitantes, y después recaló en Osaka.

Fue en esta ciudad donde la protagonista de nuestra historia acudió a visitar la muestra. Tras dos horas de cola, entró y pudo contemplar la «Inmaculada del Escorial», que le sacudió por dentro. Al parecer, se hallaba destrozada, porque la vida le había golpeado muy duro y ya no tenía ganas de continuar. «Si en este mundo hay cosas tan hermosas como este cuadro, merece la pena seguir viviendo», se dijo entonces. Aquella «Inmaculada» de Murillo le produjo tal emoción que le dio fuerzas para no tirar la toalla. Trece años después, viajaba a Madrid y quería volver a ver aquel cuadro que le cambió la vida, que la salvó. De ahí su impotencia y sus lágrimas.

Miguel Falomir, director del Prado, suele pasear habitualmente por las salas del museo. Le gusta sondear las reacciones del público. Allí conoció la historia de la desconsolada japonesa, a la que, por supuesto, se permitió el acceso al taller de marcos para que volviera a ver a su salvadora, la Inmaculada.

 “La Inmaculada de El Escorial” es un gran óleo de 206 por 144 centímetros pintado por Murillo hacia 1660-1665. El pintor sevillano llegó a hacer una veintena de versiones de este tema, más que ningún pintor español de su época, creando una iconografía propia del asunto con la que ganó un notable éxito: representa a la Virgen vestida de blanco y azul, con las manos juntas o cruzadas sobre el pecho, pisando la luna y mirando al cielo. Es una de las versiones más emotivas que pintó en su carrera. Se cree que pudo ser adquirida en Sevilla por Carlos III, quien la incorporaría a las colecciones reales. Posiblemente, colgaría en la habitación del infante don Carlos en el Palacio Real.

Si quieren ver esta maravillosa obra de arte, el cuadro viajará en unos meses al Museo de Bellas Artes de Álava, en Vitoria, como parte del proyecto del bicentenario del Prado «De gira por España».

Más información en: https://www.museodelprado.es/coleccion