Nicolás Buenaventura Vidal

“El cuento contado comparte con la música en vivo, con la danza, el carnaval, el teatro… la materia de lo vivo”

 

Llega la primavera y el cuento florece con plenitud en Guadalajara y su provincia. El certamen Los viernes de cuentos llega a su sexta jornada mensual de la mano del narrador Nicolás Buenaventura Vidal. Durante su actuación el patio de 400 butacas está lleno de público ilusionado y expectante. En el Centro Eduardo Guitian, niños, mujeres y hombres de cuatro generaciones entre los 9 y 75 años, escuchan el embrujo de las historias que narra este cuentista colombiano, recogidas bajo el
título Maestra Palabra.

 

El narrador, Nicolás Buenaventura.

¿Qué te aporta ser narrador de cuentos?

La respuesta a esta pregunta es muy incierta y es muy probable que mañana haya cambiado. En gran medida ser cuentero me aporta vivir cada día como una aventura, contar con la incertidumbre y combatir las certezas, sobre todo las mías. Contar con que detrás de todo lo que veo, escucho, siento y pienso se esconde un misterio que se me escapa, que detrás de cada historia hay mil más. Que son varias las palabras que habitan cada palabra. Que la verdadera inteligencia reside en ser capaz de contar con la inteligencia de los demás. Que la vida no está escrita. Que son las palabras las que te nombran, que decir puede ser una actuación, pero actuar no es decir…

¿Qué te estimula a participar dentro del Ciclo de Viernes de Cuentos de Guadalajara?

Con Guadalajara tengo toda una historia de vida. Quiero mucho a esa ciudad, a su gente, a sus habitantes. El Maratón de los cuentos es un lugar y un tiempo donde he tenido encuentros maravillosos. El viernes de los cuentos también ha sido un lugar de encuentros y aprendizaje, y el proyecto Historias de cueva en cueva, en el que tuve la suerte de participar, es una experiencia importante en la construcción del espectáculo que en este momento estoy preparando: Caminar, la segunda parte de La aventura del pensamiento. La primera, Dar a luz, fue presentada en el Maratón, hace ya algunos años. Además, es en Guadalajara donde Palabras del candil ha publicado dos de los libros que he escrito, con los que también existo. Pero no solo son eventos y hechos, en Guadalajara he conocido personas que le han dado sentido a lo que hago y vivo: Blanca, Ana, Luis, Estrella, Pep, Lucía, Alejandra y Ana Isabel, Marilena, Brigi, Marta y Patricia… y son más, muchas cuyo nombre no conozco y que han alimentado foros con sus preguntas, que se han apropiado las historias que cuento para darles vida en el maratón…

Dos cuestiones: una, el papel social del cuento en la sociedad francesa hoy y en la sociedad española.

Es una pregunta para otros saberes, no tengo ni los datos ni los instrumentos para poder hablar del papel social del cuento en la sociedad, ni en la francesa, ni en la española, ni en ninguna otra. Grandes pensadores, Aristóteles, Walter Benjamin, Claude Levi-Strauss, Vladimir Propp, Joseph Campbell, Bruno Bethelheim, Clarissa Pinkola Estes, Gerard Genette… por citar solo algunos, se han enfrenado a la cuestión y nos han dejado reflexiones inagotables. Así, como en los juegos, me voy a permitir sacar un comodín para enfrentar la pregunta. Acerca del papel social, los cuenteros respondemos a la necesidad humana de escuchar historias. No es lo mismo ver una historia filmada, leer una historia escrita, o ver una historia pintada… No es la misma actividad ni corporal ni cerebral. No es la misma atención. La materia es distinta.

El cuento contado comparte con la música en vivo, con la danza, el carnaval, el teatro… la materia de lo vivo, de lo efímero, es tiempo presente, vivo y por ende efímero, pasajero, mortal. Un tiempo que para vivirlo hay que estar en él. Cuando en los espectáculos veo en el público móviles que se encienden y filman es como si se abrieran huecos en el espacio de ese viaje, por los que algo del tiempo presente se estuviera escapando, perdiendo.

Por muy inmediata que pueda ser la transmisión numérica, por muy rápido que puedan transitar las imágenes entre un lugar y otro, no es lo mismo estar presente que ver el presente que está ocurriendo en otro lugar.

Dos, el lugar de la narración oral para explicar nuestro tiempo.

Más que explicar nuestro tiempo existe esa posibilidad de vivir un presente en la acción de contar. Pienso que los cuentos no pueden explicar nuestro tiempo, no pueden explicar la vida. La vida va muy rápida, o muy lenta, no se detiene en ningún cuento y supera constantemente las explicaciones. Tal vez lo importante en los cuentos no es la capacidad de explicar sino, por el contrario, la capacidad de asombrar, los misterios, la perplejidad. No es la capacidad de responder sino aquella de despertar inquietudes, curiosidades, incógnitas. Los secretos que permanecen secretos a pesar de tanta ciencia y de tanta explicación, las preguntas sin respuesta. Quisiera también decir que es importante no darles una misión a los cuentos, no imponerles una función social, una utilidad. Los hilos que se tejen entre un humano y un relato son únicos y secretos y extremadamente frágiles, la mínima explicación los puede romper.

¿Qué cuento le contarías a los lectores de La terapia del arte para describir la época que estamos viviendo a nivel internacional?

Dado que este es un medio escrito es necesario pasar por un relato escrito. Para contarles un cuento tendríamos que estar de cuerpo presente en ese instante irrepetible, irremplazable del cuento cuando está siendo contado. Y si bien no creo que ningún cuento pueda describir la época que estamos viviendo ni a nivel local ni mucho menos internacional voy a no responder a la pregunta trayendo a cuento la versión que hice de un relato ancestral que viene probablemente de las tradiciones orales de la Cuenca del Mediterráneo. No describe el tiempo presente, no lo explica, pero tal vez le hable a quién lo lea.

La tradición

I

Cada vez que aparecía en el cielo

la nube negra de la tormenta,

que amenazaba con acabar el caserío,

un consejo de ancianos iba a un lugar preciso en el bosque.

Allí reunidos, los ancianos encendían un pequeño fuego

y levantaban a los cielos una hermosa plegaria.

La amenaza desaparecía y las nubes se dispersaban.

II

Tiempos más tarde,

las nubes negras aparecieron sobre la aldea.

Varios hombres mayores fueron al lugar preciso en el bosque.

Encendieron el pequeño fuego y,

levantando a los cielos la mirada, dijeron:

— No conocemos la plegaria, pero hemos llegado al lugar

y hemos encendido el fuego. ¡Eso debería bastar!

Y eso bastó porque las nubes se

deshicieron.

III

Años después, las nubes negras gravitaron sobre el pueblo.

Algunas mujeres, algunos hombres, pocos, fueron al lugar preciso en el bosque.

Mirándose los unos a los otros dijeron:

— No conocemos la plegaria, no sabemos encender el fuego, pero hemos llegado al lugar. ¡Ojalá sea suficiente!

Y fue suficiente porque las sombras desaparecieron.

IV

Recientemente las nubes negras

oscurecieron el cielo sobre la ciudad.

En una plaza, una joven se tomó la cabeza y dijo:

— No conozco la plegaria, no sé encender el fuego y he olvidado cómo se llega al lugar… ¡Pero conozco la historia! Tal vez sirva…

La prueba de que la historia sirvió es que todavía las sombras no han devorado el mundo.