… en los espacios públicos es hoy demasiado frecuente. Es habitual ir en el tren y oír a gente de diferentes generaciones -desde abuelos a jóvenes- escuchando música o vídeos con el volumen alto. Los hay desde que no se ponen los cascos y convierten el vagón del ferrocarril en la discoteca de su casa, hasta aquellos que aun usando los cascos ponen tan alto el sonido de sus teléfonos que cualquier otro viajero puede escuchar la misma música.
Otra variedad del mal uso de los celulares es el que hacen aquellas personas que mantienen conversaciones con una tercera hablando tan fuerte que se convierte en una indeseable retransmisión de intimidades de sus vidas para el resto de pasajeros. El afán de protagonismo de quienes así se comportan parece no tener límites. A este tipo de altavoces de vidas propias y ajenas los podemos ver en el AVE –donde existe el coche del silencio-, en los trenes de Cercanías y de media distancia, en el metro, o en plena calle. No tienen pudor sobre sus vidas personales, sobre sus conversaciones interpersonales, no tienen en cuenta al resto de viajeros con quienes comparten el trayecto y ese lugar común que es el transporte público.
Hace un par de meses una elegante mujer me comentaba el episodio que a ella y a otros pasajeros del AVE les ocurrió con un tercero que hablaba sin parar y casi a gritos en el coche que compartían, curiosamente el del silencio. Ante el cariz que adquirieron los acontecimientos, dado que el citado energúmeno no atendía a los diversos ruegos de sus conciudadanos para que dejara de hablar por el móvil, dos de los viajeros se levantaron y casi lo redujeron, obligándole a abandonar el coche en el que todos viajaban. Para rematar esa escena les diré que el susodicho iba borracho. Pero episodios de este tipo ocurren hoy también con individuos que no han consumido ni una gota de alcohol. Es simple cuestión de saber o no comportarse en los lugares comunes, en el espacio público.
¿Por qué está esto ocurriendo en nuestro tiempo? ¿Por qué desde adultos a menores se le da tanta importancia al móvil en el día a día? ¿Tiene sentido que el teléfono ocupe tanto protagonismo y tiempo en nuestra cotidianidad?
Estudios solventes realizados por equipos de investigación interdisciplinares están demostrando a nivel internacional el uso desmedido que ocupan los móviles y otros aparatos tecnológicos en la vida de cualquiera. Se están dando casos de auténtica dependencia de esos medios y como consecuencia de ello apareciendo nuevas patologías, además de estar enquistándose otras antiguas como consecuencia de esos usos desequilibrados. Una de ellas es la adicción a los celulares, que se está convirtiendo en una enfermedad humana, intergeneracional, social, que se está institucionalizando a porque quienes la padecen no se dan cuenta de esa realidad que afecta tanto a sus vidas como a la aquellas personas con las que conviven (pareja, familiares, amigos, vecinos, conciudadanos,etc.).
¿Qué podemos hacer para erradicar esa dependencia? ¿Qué hemos de practicar a diario para que esa patología no nos afecte a cualquiera de nosotros ni de nuestros seres queridos, ni tampoco arraigue como unas células cancerosas en la sociedad?
Como decían los maestros Ortega y Julián Marías antes de encontrar las respuestas, si es que éramos capaces de ello, era necesario plantearse buenas preguntas sobre las circunstancias relevantes de la vida personal. Es posible que el inicio de la solución de este uso incívico de los móviles parta de cuestionarnos el uso que cada uno tiene que darle en su vida cotidiana. Para ello es necesario practicar el silencio, mirarse a uno mismo y darse cuenta de aquellos desequilibrios que hay en nuestro interior.